Las tres «pes» del pesimismo

Tracemos un punto de partida: Tanto el optimismo como el pesimismo son patrones de comportamiento aprendidos.

Y, para incrementar nuestro bienestar físico y psicológico, nos trae más cuenta adquirir los hábitos de una persona optimista.

Hoy vamos a aproximarnos a los estudios sobre la depresión y el pesimismo de Martin Seligman. Por supuesto, pasaremos por alto sus experimentos con perros y descargas eléctricas (sí, por favor), para quedarnos con las conclusiones, que son lo que nos interesa.

Según Seligman, hay dos tipos de personas: optimistas y pesimistas.

Todos somos optimistas por naturaleza, pero cambiamos según la manera en la que aprendemos a interpretar la realidad.

pesimista

Para interpretar lo que ocurre, nos explicamos el suceso a nosotros mismos. Esto es lo que Seligman denomina «estilo explicativo» y éste es diferente en pesimistas y optimistas.

Los pesimistas piensan que las cosas suceden, sin más, sin que puedan evitarse. En cambio, los optimistas piensan que pueden controlar la situación o, al menos, mejorarla.

Aquí es donde aparecen las tres «pes» con las que se caracteriza el pensamiento pesimista:

Personal

Ante un problema o un fracaso, el pesimista carga con todo el peso. A menudo se culpa a sí mismo, concediendo menos o ninguna importancia a otros factores.

«Sabía que iba a meter la pata. ¿Por qué yo? ¿Por qué a mí? ¿Qué he hecho yo para merecer esto?«

Penetrante

Cuando a un pesimista hay algo que le va mal, tiende a contaminar con ese problema al resto de los aspectos de su vida, con lo que todo queda impregnado.

«Qué asco de vida… Es un desastre.«

Además, esta forma de pensar suele traslucirse en su vocabulario. El pesimista es dado a emplear palabras extremistas que recalcan lo mal que le va y que extienden su malestar a todo cuanto le rodea.

«Siempre me pasa igual. Todas las mujeres son unas arpías / Todos los hombres son unos cerdos. Nunca acierto…«

Permanente

El pesimista suele vivir el problema tan intensamente como si no fuese a acabar nunca.

Peor aun, tiene la sensación de que, cuando desaparezca lo que hoy le preocupa, aparecerá otro problema en el horizonte que le amargue la existencia.

«Todos los días igual. ¿Qué te apuestas a que esto tampoco sale bien? ¿Y para qué voy a probar eso, si me va a salir mal de todas formas?«

A veces, hasta la criatura más radiante y optimista de la creación puede pasar por un bache pesimista. Por lo que nadie debe preocuparse por tener un mal día o una mala racha.

Cuando hay que actuar es cuando nos hemos acostumbrado a usar las tres «pes» y ya no entendemos la realidad de otra manera. El motivo para hacerlo es que el pesimismo conduce al estrés y a la depresión.

Pero, si te apetece leer algo más ameno y descriptivo sobre el pesimismo, te invito a visitar los 10 mandamientos de la ley pesimista.

Nos quedamos con que aprender a interpretar la realidad de un modo menos nocivo para nosotros es invertir en salud, en bienestar.

Imagen de Kevin McShane

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