Estás furioso. Sin pensarlo demasiado, le sueltas a la otra persona lo primero que te cruza por la cabeza. Empieza la bronca.
Alguna vez, a todos nos ha pasado. Ofuscados por la emoción, las palabras se nos escapan de los labios. Y tampoco prestamos demasiada atención a las expresiones faciales, los gestos, el tono de voz, etc.
Desde luego, tenemos derecho a expresar lo que sentimos, a pedir explicaciones o soluciones. Pero el modo en el que nos dirigimos al otro importa… y mucho.
En ese caso, es más probable es que el interlocutor intente defenderse. Así, el asunto importante queda al margen y empieza un intercambio de ataques personales.
Preguntar antes de atacar
Otra vez llegas tarde. A ver si te piensas que tengo todo el día…
Imaginemos que tú, por la razón que sea, estás llegando unos días con retraso a las reuniones que hacemos los dos.
Como hay confianza entre nosotros, no me corto y te suelto ese comentario, que deja caer que estás actuando de manera desconsiderada hacia mí.
Tú te incomodas. En el mejor de los casos, puede que intentes explicarme porqué estás llegando tarde. Aunque, si te pillo en un mal día, quizás empecemos a intercambiar lindezas del tipo: “Y tú, más.”
Si yo hubiera empezado haciéndote una pregunta, tal vez nos habríamos ahorrado la tensión posterior. Una pregunta, sí, pero no de este estilo:
- ¿Otra vez, tarde? ¿Te piensas que tengo todo el día?
- ¿Qué te ha pasado esta vez?
- ¿Qué milagro tiene que ocurrir para que llegues a tiempo?
Las preguntas han de hacerse sin poner mirada asesina y limpias de reproches o sarcasmos.
Porque, si no es así, tú vas a prestar más atención a defenderte que a arreglar el problema que tenemos entre manos.
¿Un ejemplo? Podría ser algo como esto:
Mira, después de esta reunión tengo clase de chino. Si nos vamos a seguir reuniendo, necesito que nos encontremos a tiempo. ¿Te viene mejor quedar a otra hora?
Estoy expresando mis necesidades. No hay ataques. Y, al menos esta vez, es muy probable que lleguemos a un acuerdo tranquilo.
Del dicho al hecho
Esta es una de esas recomendaciones saludables que son fáciles de entender y difíciles de llevar a la práctica, en el caso de quienes sean particularmente impulsivos.
O, bueno, no tan impulsivos. En mi caso, creo que predomina la sed de venganza. 😆
Invertí esfuerzo en llegar a la hora acordada. Me fastidió el plantón. No esperes, por tanto, irte de rositas. Si yo me siento mal, tú vas a sentirte mal… ¡o peor!
Con el tiempo y la experiencia, he ido viendo que es compatible expresar lo que sientes sin atacarle al otro. Y que las preguntas, como nos proponen los psicólogos, son un instrumento muy útil en estas situaciones.
Empleémoslas más a menudo para cuidar de nuestras relaciones importantes. Esa es la propuesta.
Uuuuyyy… Si supieras cuánto me queda a mí que progresar en esto…
Imagen de TomConger