Todos cambiamos. Pero lo que hacemos hoy suele parecerse bastante a nuestro comportamiento de mañana.
Podemos elegir comer sano mañana; hacer ejercicio a partir de mañana o ser más responsables mañana, confiando en que mañana será más fácil. ¿Qué nos hace pensar así?
Si hoy hemos hecho a un lado la opción más conveniente en favor de la más cómoda, ¿por qué mañana no habríamos de hacer lo mismo?
Nuestras buenas intenciones no pueden materializarse hoy, ¿por qué sí, mañana?
Mañana vendrá con sus propios retos y complicaciones. Mañana tendremos responsabilidades.
Es pasarse de optimista pensar que, en ese entonces, amaneceremos más sabios, fuertes y ecuánimes. Y, además de hacernos cargo de lo de mañana, resolveremos lo que hoy hemos dejado pendiente.
Esto, que observamos con frecuencia en los hábitos personales, también ocurre en el trabajo.
- Ahora estoy muy desconcentrado por el ruido. Redacto el informe más tarde.
- Este fin de semana le dedico un rato.
- Necesito varias horas para terminar esto. Por la noche me pongo.
Así, aplazamos tareas y proyectos, dedicándonos a menesteres secundarios.
Y, cuando llega la hora de enfrentarnos con los importantes, tenemos menos energía, experimentamos un sentimiento incómodo (llámalo culpa, resentimiento o como gustes) y acumulamos papeletas para quemarnos por exceso de trabajo.
Sentimos que no tenemos tiempo para descansar; que el trabajo ocupa demasiadas horas. Y, sí, las ocupa, porque lo estiramos una barbaridad en este caso.
Si te sientes identificado con el asunto, he aquí algunas ideas que puedes probar.
Elimina la opción de “más tarde”
Si acostumbras a dejarte un espacio para terminar el trabajo pendiente (la noche, el fin de semana) es más probable que procrastines durante el día, porque te das una oportunidad para acabarlo.
¿Y si eliminas esa posibilidad?
Ya habrás comprobado que no te sientes muy bien cuando te toca trabajar en tu supuesto tiempo de descanso.
¿Cómo hacerlo?
Eligiendo lo que vas a hacer durante el día. Una vez que tengas una lista razonable de tareas, estima el tiempo que se lleva cada una de ellas y asígnales unas horas determinadas.
Mentalízate para terminar dentro de los límites que asignes. Todos nos concentramos mejor y somos más eficientes cuando, por narices, hemos de terminar el trabajo a una hora concreta.
Programa compromisos personales
Lo anterior quizás sea difícil cuando tu cerebro, el muy cuco, sabe que más tarde tienes tiempo libre para terminar lo pendiente.
¿Solución? Quita el tiempo libre.
Bueno, más que quitarlo (que suena agobiante), comprométete con la actividad que quieras.
Ejemplos: llevar a tu niño al parque, salir con Pepe a tomar algo o quedar con María para hacer ejercicio. Lo que gustes, siempre que NO te des la opción de cancelarlo a última hora.
Sé más consciente de cómo empleas tu tiempo
Tal vez, para romper el hielo cuando empiezas el trabajo, tengas la tentación de echar un vistazo por lo que se cuece en Internet. O, quizás, acostumbres a hacerlo en los mini-descansos entre tarea y tarea.
Son minutitos, sí, pero te dispersan, consumen energía y hacen más fatigoso el trabajo. Ya que te has dado la molestia de madrugar, piensa:
¿Me he levantado para navegar por Internet? En este momento, ¿es la mejor opción a la que dedicar el tiempo?
A veces, tú, yo y cualquiera, nos distraemos pensando en que más tarde nos vamos a concentrar mejor y a trabajar como campeones.
Pero, cada vez que nos distraemos con chorradas, nos estamos boicoteando; consumiendo energía y tiempo tontamente.
¿Solución? Dale premura a lo importante.
Procura acostumbrarte a un horario de trabajo (y a unas actividades, a ser posible) con pocas variaciones.
Después, cuando salgas de tus responsabilidades, te relajas a placer. Además, podrás hacerlo más fácilmente sabiendo que has avanzado en lo importante, incluso cuando NO hayas podido terminarlo todo.
Quien hace lo que puede, no está obligado a más. Pero eso en caso de que, efectivamente, no puedas. Si puedes, no te des excusas. No lo demores. Hazlo pronto.