Te parece que eres lento en el trabajo. O, más allá de ser una sospecha, quienes tratan contigo te dicen que vas muy despacio en lo que haces.
O, tal vez, lo que tú quieres es imprimirle velocidad a tu trabajo, como quien se toma una medicina de mal sabor, para dejarlo atrás lo antes posible y que ocupe menos horas en el día.
Voy a detenerme en esas posibilidades. Porque el problema, así, sin saber nada más, es difícil de encuadrar.
Eres lento y quieres ir más deprisa
Vale. Supongamos que eres lento. ¿Y qué? Las personas no nos movemos al mismo ritmo. Tal vez, para los “ritmos” que tienes alrededor, el tuyo es más tranquilo.
Además, ¿a qué velocidad se supone que tienes que ir? ¿Qué es lo deseable?
En sí, la lentitud no es mala. La alta velocidad es más moderna, de acuerdo. Un sinnúmero de actividades y circunstancias son preferidas en su versión rápida.
Pero otro tanto de actividades son preferidas en su versión lenta. Por ejemplo:
- pasear contemplando el paisaje,
- comer disfrutando del momento
- o leer despacio unas ideas que, cuando se conjugan con las que tenías, dan lugar a un descubrimiento: “Oooohh… Así que esto es lo que ocurre…”
Y ahora llegamos al trabajo.
Me duelen los dedos de escribir que el mundo del trabajo y los negocios es menos amable que el apacible mundo de los afectos personales. Este es otro mundo. Un mundo duro e implacable.
Un mundo que, la mayoría de las veces, desprecia la lentitud. Tú mismo la estás detestando ahora.
¿Por qué soy lento en el trabajo?
Tu pregunta tiene varias posibles respuestas:
- Eres lento en el trabajo, porque lo eres también con otras actividades.
- Eres lento, porque eres un redomado perfeccionista.
- No eres tan lento como a ti te parece, quizás.
- O, la que a mí me parece más certera de todas: eres lento porque no necesitas ir más rápido.
No lo has necesitado hasta ahora, tal vez.
Si estuvieras en una situación de emergencia, desesperada, ya veríamos lo lento que eras. En ese caso, yo te veo veloz, como un rayo.
Tengo la sensación, porque es algo que a muchos nos ha pasado, de que tú te has acostumbrado a ir a ese ritmo (lento) y, como no es ultranecesario que corras, no lo haces.
Puedo estar equivocada. Tanto como tú, si piensas que el que es lento ya no puede cambiar. Mmmm… ¿Y si los dos estamos equivocados?
Si, por caso crees que hay un impedimento que no está bajo tu control, acude a un profesional para que diagnostique qué está ocurriendo. Es lo más efectivo.
Pero si crees que sí puedes cambiar un poco el ritmo (o el tempo, más bien), sigue con estas medidas que vienen. A ver si quieres darle una oportunidad a cualquier de ellas.
Te dejo la versión en vídeo por si la prefieres. (Duración: 4:21)
Cómo dejar de ser lento en el trabajo
Algunas de estas ideas no se basan en hacer, sino en dejar de hacer. Como muestra, la primera.
1. No te compares con otros
Si te estás comparando con otro que siempre termina antes que tú, mira si tus tiempos están dentro de lo razonable para esa tarea.
¿Lo están?
Entonces, no te fustigues, a menos que compitas en una prueba olímpica o que veas peligrar tu puesto de trabajo por la lectura superficial que esté haciendo tu jefe.
Superficial, sí. Hay mucha información que desconoces cuando te comparas con tu compañero. Y también puede desconocerla el jefe. Ejemplos:
- No sabes si ha puesto el mismo esmero en la tarea que tú. ¿Y si ha cometido errores y ha pasado un kilo de ellos?
- No sabes si la rapidez en esta actividad se compensa con la lentitud en otras tareas (en las que tú eres más rápido).
- No sabes si tu compañero se ha dejado los cuernos solo esta vez, montando el show para que lo vea el jefe (y quedar por encima de ti).
- Tampoco sabes si su soltura se debe a una mayor experiencia. Si él/ella lleva haciendo esto 2 años y tú llevas 2 meses, tiene sentido que tu compañero vaya más rápido, ¿no?
- ¿Y si ha recibido ayuda en un paso clave donde tú sueles atascarte?
Lo dejo aquí. Las comparaciones no sirven, a no ser que extraigas una técnica o truquillo que esté practicando tu compañero y que pueda servirte a ti, en caso de que decidas aplicarlo.
Observa cómo trabaja y, si hace algo visible que puedas aprender y aplicar tú, ya sabes.
2. No confundas LENTITUD con PARSIMONIA
La lentitud no es mala, porque deja deducir que estás poniendo atención, esmero en lo que haces.
De ahí que tampoco pase nada si no eres el más veloz en la oficina (o donde sea). Puedes aportar otras cualidades (como profundidad o calidad).
O, si te da por hacerlo, puedes aprender técnicas para avanzar más rápido en tus tareas.
La que sí es mala es la parsimonia. Parsimonia es la lentitud exagerada.
Eres parsimonioso cuando una tarea, que lleva 2 horas hacerla bien, se te va al doble sin que venga a cuento.
Pereza, dispersión, perfeccionismo… Eso es lo que hay. No esmero, ni más calidad. No se trata de una encantadora peculiaridad tuya.
Lo que hay es miedo y pachorra. Punto.
3. No confundas DILIGENCIA con PRISA
Los estudios dicen que cuanto más corres, más te estresas.
Pero, por no ser muy saludable, eso no es lo que tú quieres. Lo que tú quieres es diligencia, ¿no? Diligencia es avanzar sin prisa pero sin pausa, aprovechando el tiempo, centrándote para poder llevar un ritmillo ágil.
Prisa es correr más de lo que una tarea requiere para terminarla bien y a tiempo.
Las prisas no te interesan todos los días con todo lo que hay en tu lista, a no ser que quieras acabar estresado y deprimido hasta las cejas.
Si te gusta la versión saludable, trata de ser diligente. Y, si prefieres la otra, ¡date prisa! Como tú veas.
4. PRIORIZA: Elige lo importante del día
Si eliges hacer muchas tareas para el día, las prisas son inevitables. Necesitas batir al reloj. Terminar el trabajo cuanto antes, para poder atender un puñado de actividades más antes de clausurar el día.
Haz más, más, más.
No seré yo quien te diga que aprietas tu horario demasiado. Haz lo que creas oportuno. Pero hacer muchas cosas tiene un coste, que pagas en estrés y cansancio.
Si tu caso es ese, el de una persona que no para en todo el día, es muy normal que vayas lento en el trabajo y en otras situaciones. Es normal, porque no estás tan fresco como quien tiene la agenda más despejada.
¿Quieres tener más energía en el trabajo? Recorta actividades, compromisos o tareas. Al menos, quita alguna cosilla poco importante.
5. Identifica lo más importante de cada tarea
En las tareas que dejes, esas que decidas terminar hoy, identifica también qué es lo más importante. Y eso que veas como más importante, proponte acabarlo lo antes posible.
Todas las tareas que me vienen a la mente tienen una parte importante y “los extras” (que también se llevan tiempo).
Haciéndole caso a Parkinson, ponte un límite para terminar el trabajo (el que sea). Y, si algo se queda fuera, que sea de los “extras”.
6. Divide en pequeños trozos
¿Tu problema es que te cuesta concentrarte? ¿Te distraes mucho mientras trabajas?
Arréglalo dividiendo las tareas en partes muy pequeñitas. Y, claro, ve poniéndote límites para acabar esas partes.
Dividir las tareas, además de evitar distracciones, es una medida que favorece la motivación. Aunque el trabajo total sea el mismo, el progreso es más visible a medida que vas dando mini-tareas por acabadas.
7. Libérate del perfeccionismo
Vaya. Esta medida es difícil. Por experiencia propia, sé que uno no se libera del perfeccionismo con la simple de intención de hacerlo.
Así. ¡Chas!
Después de años de haber interiorizado ciertas ideas, cuesta romper esquemas.
- Cuesta empezar de una vez, venciendo sobre el temor de no estar lo suficientemente preparado.
- Mientras estás trabajando, cuesta callar la vocecita interior que te invita a dudar a cada paso que das.
- También es difícil poner el punto final…
¿Está todo bien? ¿Será lo suficientemente bueno? Espera, no. Voy a cambiar esto.
Cuesta. Pero se va mejorando con la práctica. Y teniendo la prioridad de terminar las cosas, frente a que queden perfectas.
8. Trabaja a tu manera
Investiga distintas maneras de hacer las cosas, de ser menos lento en el trabajo, que es el caso. Prueba distintas opciones y quédate con las tuyas.
No va a servirte todo lo que encuentres. Los métodos y técnicas para ser más productivo o veloz no funcionan para todos igual.
Tu trabajo tiene unas características. Tu entorno, otras. Tú tienes tus complejas singularidades.
Hay cosas que suelen funcionar para la mayoría: poner límites de tiempo, dividir las tareas, etc. Pero te toca probarlo y adaptar las ideas que consideres oportunas a tu caso. Así, hasta que formes tu estrategia.
9. Confía en la práctica
En la práctica del trabajo. Conforme te vayas desenvolviendo en las funciones y tareas propias de tu ocupación, irás ganando en soltura.
Y, también, confía en la práctica de las técnicas para trabajar más rápido. Por ejemplo, di que te propones empezar a trabajar sin perder el tiempo, eludiendo distracciones. ¡De una vez!
Si no tienes la costumbre, seguramente necesites practicar este comportamiento hasta que se convierta en lo que haces de manera natural todos los días.
10. Confía en TI
Cuando confías en ti, en tu experiencia y solvencia, haces más cosas y las terminas antes. Ya lo has visto. Te cunde más, cuando sabes que eres bueno haciendo una tarea, ¿a que sí?
¿Qué necesitas hacer para confiar en ti? Estudia y practica a conciencia.
Y, ya que dominas la materia en una buena proporción, toma la decisión de confiar en tu desempeño. Por lo menos, en esas cosas que sí sabes hacer, al derecho y al revés.
Es una simple decisión. Muchas veces, para que otros te vean capaz y bueno, necesitas ser tú el primer convencido de que lo eres.
Habiendo tantos mediocres tratando de convencernos de que son excepcionales, ¿qué hay de malo en que tú, si eres bueno, estés convencido de que eres bueno?
Lo de presumir de ello… es otra historia.
Ahí tienes las propuestas para practicar. Si quieres ser más rápido en el trabajo, adelante. Lo vas a ser.
Espero que alguna de estas ideas te sirva. Pero, si no, da con otras que sean buenas y acepta el reto. Conviértelo en tu próxima misión. A ver qué pasa.
Gracias por leer.